Desiertos. Noche de arena.
Las palmeras dan quejidos
con aire de petenera.
Por los zocos se tamiza
una taranta minera.
Desde el mar llega la brisa
con tientos de malagueñas,
y un ritmo de sevillanas
con su poco de pimienta.
La sal, en los arenales
de las dunas tan estrechas,
van cantando seguidiyas
con su gotita de pena.
Una luz pasa en silencio
corriendo entre las estrellas
que juegan al escondite
entre nubes polvorientas.
Y en las chozas se jalea
con un fandango de Huelva,
alegrías gaditanas,
amargas cartageneras
de púnicos cantaores,
granaínas verbeneras
y ese canto de misterio
que exhala Sierra Morena.
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