lunes, 16 de septiembre de 2013

Una vez una amiga me dijo que incluso el ser más adorable lleva dentro de sí un monstruo que, cuando menos se espera, sale a relucir. Un monstruo que se alimenta de la ansiedad, los nervios y las circunstancias que nos rodean y que una vez explota lo hace o bien contra el mundo o bien contra nosotros mismos. Un monstruo que se alimenta de nuestra propia estima y que nos hace sentir impotentes o superiores, según la propia situación. Y es que es imposible discernir qué es peor, si saltar contra el mundo destrozándolo al paso de nuestra ira, o destrozarnos el alma y la mente y sumirnos en una depresión. Nadie está a salvo de sí mismo ya que no hay margen de huida; lo que queda atrás es pasado, pero el pasado siempre vuelve.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Tic-tac,tic-tac, tic-tac ...

Hay personas que viven con un miedo constante a que su corazón deje de latir en cualquier momento, sintiendo cada latido como un número más en la cuenta atrás hasta su cese, como una señal inequívoca de que están vivas. Otras apenas si son conscientes de que un corazón late en su interior, y viven el día a día ajenos a la complejidad de su funcionamiento interno. Es posible que la inquietud de los primeros no afecte en nada al resultado final de su vida, pero es evidente que afecta a su punto de vista. ¿Es mejor preocuparse en exceso que no hacerlo en absoluto? Ciertamente esta es una pregunta peliaguda, ya que nunca sabemos donde se encuentra ese límite que denota donde está el exceso de preocupación y podemos acabar ahogándonos, o ahogando a otras personas, sin quererlo. Quien piense que, en realidad, preocuparse por los pequeños y minúsculos detalles de cada día es un error o algo insustancial se equivoca. Esos pequeños detalles son el único motivo por el que es justificable pecar de demasiada preocupación, pero por los que es importante hacerlo. 

Preocuparse porque el amor, la amistad, la pasión, ternura o confianza sigan en pie sin resquebrajarse; preocuparse porque la otra persona no tenga dudas ni miedos, con o sin fundamento.

lunes, 9 de septiembre de 2013

¿Sabías qué...?

Aun el otro día pude comprobar, por enésima vez en mi vida, que las personas necesitan, desesperadamente y por extraño que parezca, inventarse historias sobre el resto del mundo; cuantas más consecuencias negativas acarree, mejor, y el nivel de negatividad es directamente proporcional a lo mal que caiga la persona en cuestión. Ingenua de mí, siempre pensé que las personas tienen suficientes problemas en su vida como para, además, tener que cargar con los sufrimientos que conlleva esa vida ficticia que les es supuesta. Ingenua de mí. La necesidad de injuriar, inventar y sobretodo propagar es una necesidad real latente en el interior de las personas que nos rodean, por muy normales que parezcan, aunque en estos tiempos que corren sólo Dios sabe qué es y qué no es normal. Aburrimiento, diversión, simplemente malicia o envidia, inflaman una imaginación calenturienta. De repente descubres tu realidad desde fuera; resulta que tú no eres tú, sino un ser distinto a causa de las mil historias, cada cual más compleja, que alguien ha hecho circular.

Creo que nunca llegaré a entender esas ganas y ese afán de contar mentiras sobre otros. Si esas imaginativas personas llevan una vida que no les llena, que deje en paz la de los demás. Puede que no nos demos cuenta, pero el hecho de reproducir un chisme que hemos entendido según lo que nos conviene puede conllevar muchísimo sufrimiento. El pozo de la invención negativa, de la imaginación inflamada e insidiosa, está colmado con aguas tibias con un fondo de fango bastante bien nutrido. No hace falta mucho para darse cuenta de como está el patio: basta con encender la televisión. Los programas que llaman del corazón inundan la parrilla, y en ellos de una simple mirada se destapa un romance, o de una persona sin acompañante una desastrosa ruptura. ¿No deberían estudiar filósofos y sociólogos el asombroso mundo de la calumnia y el chismorreo?

viernes, 6 de septiembre de 2013

Minuto 5

Ella empezó a correr por la azotea, gritando, sintiéndose libre hasta que, su maldición personal se impuso haciéndola dudar de si era eso lo que en realidad sentía, así que se sentó al borde de la azotea amenazando a la muerte con sus piernas, triste porque gracias a su pensamiento su sensación de libertad se había destrozado en pocos segundos. Pensó en la muerte y el hecho de no saber que hay más allá de lo terreno no le causó temor alguno, ya que cabía la posibilidad de que únicamente fuera sangre en el cemento, y eso la reconfortaba, o de pasar a otros mundos, otras dimensiones, otras vidas y realidades, distintas a la suya. Al apurar el agónico tormento se respondería esa cuestión en el mundo de los muertos, si es que en realidad había alguno. 

El frío se tornaba insoportable y sus lamentos la volvían a encadenar. Pensó en dejar algo escrito, para calmar a su madre, pero de nada serviría. Así que dejó como constancia de su decisión una sonrisa plasmada en las estrellas, y luego se lanzó al vacío, para morir, sin razón alguna, en el aire.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Minuto 4

Cuando terminaba el último cigarro su memoria le hizo escuchar aquella frase que Él le había dicho horas atrás: "Si algún día no puedo volver a besarte lloraré tres noches, y luego dejaré de existir, sin importarme otra cosa". Fue en ese instante cuando su sangre hirvió y realmente quiso lanzarse al vacío y morir en el aire sin anticipación alguna, pues no dejaba de pensar en que ya nada la podía completar si no era ese hombre carente de complicaciones sociales, lleno de vida y pasión. Más no bastaba. Ni aquello ni nada en su vida la había hecho sentir del todo bien, ni tampoco había tenido un solo día desde su nacimiento en el que no hubiera derramado aunque fuese una lágrima irracional.

Ni Ella se entendía ni nadie lo había hecho nunca, y esa frase resonó continuamente en su cabeza hasta que, por razones que ni el mismo destino conoce, sonó su móvil. Era Él, pero Ella no quería contestar y lanzó el aparato al vacío en lugar de arrojar su propio cuerpo. Miró la luna, derramó otra lágrima y ante su desesperación, comenzó a quitarse la ropa para lanzarla lejos como si con ello alejara todos sus tormentos y, cuando quedó completamente desnuda, creyó sentirse libre.

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miércoles, 4 de septiembre de 2013

Minuto 3

Cuando llegaba al penúltimo cigarrillo pensó en Él, en el hombre con el que había soñado siempre y que gracias al destino había aparecido en su vida sin invitación, desatando una pasión, latente en ellos desde hacía tanto tiempo que no pudieron ser más fuertes que el amor. Recordó cuando se habían reconocido aquella tarde en la que Ella lloraba sin razón alguna derrumbada en el banco de alguna plaza mientras que Él, cuando la vio no pudo aguantar las ganas de reír. Al escucharle, Ella quiso retorcerle el cuello hasta que se dio cuenta de que el camelio que estaba detrás de su banco había dejado caer una lluvia de pétalos encima de Ella. 

Luego de aquel episodio caminaron largo rato hacia ninguna parte, sin hablar de nada que alguien en sus cabales pudiera entender, se besaron largamente apoyados en una muralla de cemento destrozado disfrutando del ocaso y, posteriormente, hicieron el amor sin temor a las miradas ajenas.

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martes, 3 de septiembre de 2013

Minuto 2

Durante el segundo pitillo pensó en su padre, aquel hombre al que nunca llegó a conocer pero que sin embargo era capaz de sentir desde el primer momento en que fue capaz de sentir; y se confesaba con él tal y como le contaba sus problemas a la luna cada vez que ésta se mostraba en su magnificencia. Lloraba pensando en él y en lo que podían haber construido juntos, en si estaba vivo o el tiempo le había robado el latir de la pasión que lo obligó a dejar todo por amor a la soledad. "Quizás él es el culpable de esto", se decía a sí misma, como queriendo culpar a su ascendencia por su naturaleza errante, solitaria.

En su interior sabía que no era capaz de culpar a alguien por lo que a Ella le afectaba, y tenía claro que por más que lo intentara jamás iba a tener, ni desear, un sentido claro para su existencia.
                                                                    
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lunes, 2 de septiembre de 2013

Minuto 1

Miraba el horizonte silencioso de la noche ya avanzada, parada en la azotea de aquel edificio. Sólo se veían las luces de las largas calles ya desiertas, adornadas por una triste nostalgia de tiempos en los que Ella había caminado, feliz, de la mano de su madre, y a veces de la de su pareja, por aquellas veredas. Era una noche carente de nubes, en la que cualquier noctámbulo podría observar la luna creciente, rodeada de las pocas estrellas que se atrevían a exhibirse. Se preguntó durante diez cigarros si valía la pena o no seguir existiendo cuando ya nada podía llenarla, si tenía razones para con su vida o si era el momento de acabar con ese vacío, eliminando cada pieza imperfecta de su ser.

Pensó en su madre, aquella mujer que la había visto crecer, que la abrazaba cada vez que podía, que le entregaba todo lo que tenía, y lo que no también, que intentaba aconsejarla cada vez que sus ojos se llenaban de lágrimas que no tenían razón de ser, y se preguntó si era egoísta dejarla más sola de lo que ya estaba.
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