Cuando llegaba al penúltimo cigarrillo pensó en Él, en el hombre con el que había soñado siempre y que gracias al destino había aparecido en su vida sin invitación, desatando una pasión, latente en ellos desde hacía tanto tiempo que no pudieron ser más fuertes que el amor. Recordó cuando se habían reconocido aquella tarde en la que Ella lloraba sin razón alguna derrumbada en el banco de alguna plaza mientras que Él, cuando la vio no pudo aguantar las ganas de reír. Al escucharle, Ella quiso retorcerle el cuello hasta que se dio cuenta de que el camelio que estaba detrás de su banco había dejado caer una lluvia de pétalos encima de Ella.
Luego de aquel episodio caminaron largo rato hacia ninguna parte, sin hablar de nada que alguien en sus cabales pudiera entender, se besaron largamente apoyados en una muralla de cemento destrozado disfrutando del ocaso y, posteriormente, hicieron el amor sin temor a las miradas ajenas.
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