lunes, 9 de septiembre de 2013

¿Sabías qué...?

Aun el otro día pude comprobar, por enésima vez en mi vida, que las personas necesitan, desesperadamente y por extraño que parezca, inventarse historias sobre el resto del mundo; cuantas más consecuencias negativas acarree, mejor, y el nivel de negatividad es directamente proporcional a lo mal que caiga la persona en cuestión. Ingenua de mí, siempre pensé que las personas tienen suficientes problemas en su vida como para, además, tener que cargar con los sufrimientos que conlleva esa vida ficticia que les es supuesta. Ingenua de mí. La necesidad de injuriar, inventar y sobretodo propagar es una necesidad real latente en el interior de las personas que nos rodean, por muy normales que parezcan, aunque en estos tiempos que corren sólo Dios sabe qué es y qué no es normal. Aburrimiento, diversión, simplemente malicia o envidia, inflaman una imaginación calenturienta. De repente descubres tu realidad desde fuera; resulta que tú no eres tú, sino un ser distinto a causa de las mil historias, cada cual más compleja, que alguien ha hecho circular.

Creo que nunca llegaré a entender esas ganas y ese afán de contar mentiras sobre otros. Si esas imaginativas personas llevan una vida que no les llena, que deje en paz la de los demás. Puede que no nos demos cuenta, pero el hecho de reproducir un chisme que hemos entendido según lo que nos conviene puede conllevar muchísimo sufrimiento. El pozo de la invención negativa, de la imaginación inflamada e insidiosa, está colmado con aguas tibias con un fondo de fango bastante bien nutrido. No hace falta mucho para darse cuenta de como está el patio: basta con encender la televisión. Los programas que llaman del corazón inundan la parrilla, y en ellos de una simple mirada se destapa un romance, o de una persona sin acompañante una desastrosa ruptura. ¿No deberían estudiar filósofos y sociólogos el asombroso mundo de la calumnia y el chismorreo?

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