Durante el segundo pitillo pensó en su padre, aquel hombre al que nunca llegó a conocer pero que sin embargo era capaz de sentir desde el primer momento en que fue capaz de sentir; y se confesaba con él tal y como le contaba sus problemas a la luna cada vez que ésta se mostraba en su magnificencia. Lloraba pensando en él y en lo que podían haber construido juntos, en si estaba vivo o el tiempo le había robado el latir de la pasión que lo obligó a dejar todo por amor a la soledad. "Quizás él es el culpable de esto", se decía a sí misma, como queriendo culpar a su ascendencia por su naturaleza errante, solitaria.
En su interior sabía que no era capaz de culpar a alguien por lo que a Ella le afectaba, y tenía claro que por más que lo intentara jamás iba a tener, ni desear, un sentido claro para su existencia.
[...]
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