miércoles, 11 de septiembre de 2013

Tic-tac,tic-tac, tic-tac ...

Hay personas que viven con un miedo constante a que su corazón deje de latir en cualquier momento, sintiendo cada latido como un número más en la cuenta atrás hasta su cese, como una señal inequívoca de que están vivas. Otras apenas si son conscientes de que un corazón late en su interior, y viven el día a día ajenos a la complejidad de su funcionamiento interno. Es posible que la inquietud de los primeros no afecte en nada al resultado final de su vida, pero es evidente que afecta a su punto de vista. ¿Es mejor preocuparse en exceso que no hacerlo en absoluto? Ciertamente esta es una pregunta peliaguda, ya que nunca sabemos donde se encuentra ese límite que denota donde está el exceso de preocupación y podemos acabar ahogándonos, o ahogando a otras personas, sin quererlo. Quien piense que, en realidad, preocuparse por los pequeños y minúsculos detalles de cada día es un error o algo insustancial se equivoca. Esos pequeños detalles son el único motivo por el que es justificable pecar de demasiada preocupación, pero por los que es importante hacerlo. 

Preocuparse porque el amor, la amistad, la pasión, ternura o confianza sigan en pie sin resquebrajarse; preocuparse porque la otra persona no tenga dudas ni miedos, con o sin fundamento.

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