Cuando terminaba el último cigarro su memoria le hizo escuchar aquella frase que Él le había dicho horas atrás: "Si algún día no puedo volver a besarte lloraré tres noches, y luego dejaré de existir, sin importarme otra cosa". Fue en ese instante cuando su sangre hirvió y realmente quiso lanzarse al vacío y morir en el aire sin anticipación alguna, pues no dejaba de pensar en que ya nada la podía completar si no era ese hombre carente de complicaciones sociales, lleno de vida y pasión. Más no bastaba. Ni aquello ni nada en su vida la había hecho sentir del todo bien, ni tampoco había tenido un solo día desde su nacimiento en el que no hubiera derramado aunque fuese una lágrima irracional.
Ni Ella se entendía ni nadie lo había hecho nunca, y esa frase resonó continuamente en su cabeza hasta que, por razones que ni el mismo destino conoce, sonó su móvil. Era Él, pero Ella no quería contestar y lanzó el aparato al vacío en lugar de arrojar su propio cuerpo. Miró la luna, derramó otra lágrima y ante su desesperación, comenzó a quitarse la ropa para lanzarla lejos como si con ello alejara todos sus tormentos y, cuando quedó completamente desnuda, creyó sentirse libre.
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